El lenguaje de los ojos

El lenguaje de los ojos

Para la teosofía, la tercera raza, en el largo proceso de develamiento de las facultades subyacentes en el ser total, es la que desarrolla  la vista física, mientras simultaneamente perdia la ultrafísica, centralizada en esa especie de «tercer ojo» del que nos habla la tradición. A esa tercera raza la teosofía la llama  Lemur, por aquello de compartir el ancestro «enimalesco» con el mental ,propio del Atlante, que sucede en esta linea ascendente de la » evolución física», a aquello que compartimos con el reino animal , entre ellos el instinto de » conservación» física. Aun no sómo netamente humanos  mentales, sino una mezcla de lo uno y de lo otro como diría Plutarco. Muchas veces nos asombran nuestras reaciones emotivas, pues nos comportamos como animales furiosos. Séneca diría » la ira es propia de los racionales, pues en el animal es impulso» no pensado.

Entonces el Lemur utiliza la vista física, y ella tiene una profunda significación pues está  indicando distintos estado subyacentes en el interior del ser.

Se ha dicho que los ojos son las ventanas del alma. La frase parece haber sido extraída del algún texto poético. Pero no, pues la enseñanza teosofica nos enseña que los ojos indican qué pensamos, qué anhelamos, qué sentimos.El brillo de los ojos muestra no sólo la fiebre del cuerpo, sino la pasión. Pero también indica una intensa vida espiritual, que es el resultado de una constante ejercitación meditativa. El arte consiste en saber diferenciar cuál es el brillo.

El brillo del afiebrado tiene cierto sesgo de abatimiento. Son ojos brillantes con tendencia a cerrarse, que indican lejanía. El brillo de la pasión , por el contrario, tiende a la pasesión. Es  un brillo picaresco que produce una cierta agitación en los ojos. La mirada es inquisitiva, a veces descarada y con cierta ansiedad. Mientras el brillo de quien se dedica a la meditación es de calma y muestra cierta profundidad . Hay también en la mirada del meditador,un aspecto de lejanía, de desvinculación con el medio. Hay una leve diferencia entre la mirada de quien medita y la del indiferente. Las personas que son indiferentes se delatan por su mirada. Es como si al mirar lo estuvieran haciendo por obligación más que por interés.Es lo que generalmente se define » poner la cara», miramos pero estamos pensando en otra cosa.

Esto es importante que lo tenga en cuenta el profesor o maestro, pues por la mirada de sus alumnos se dará cuenta si éstos están interesados, motivados y dispuestos a participar de la clase. Recordemos que la atención es errática , en algunos dura pocos segundos o minutos. La mente, como lo hemos señalado, es por naturaleza dinámica y cambiante. Le cuesta permanecer por largo tiempo en un solo tema. Cuando la mente se modifica automáticamente se refleja en los ojos. De una mirada fija y profunda -cuando uno piensa-  se transforma en una mirada lejana, pues ha perdido el interés y la capacidad de concentración. La concentración de la mente también se modifica por la respiración. Cuando está concentrada, la respiración es lenta, rítmica y profunda. Cuando se produce un cambio de ritmo es señal que la mente ya no presta atención.

Dentro de las diferentes miradas tenemos las miradas «espias», que son producto de la desconfianza. Son esas miradas a las que llamo de «ratoncito» , pues como los roedores, tienen miedo de ser sorprendidos en lo que piensan y hacen y en consecuencia miran alternativamente de un lado para otro como si no les importara, pero en realidad están espiando.  Y como todo el que espía teme ser sorprendido, mira de aquí para allá. Generalmente el que duda tiene una mirada huidiza. Éstos temen ser descubiertos en su verdadera personalidad. Son esas miradas , que la sabiduría popular denomina » miradas de personas falsas». Que no miran de frente buscando los ojos del otro sino que los posan sobre cualquier objeto. Temen enfrentar situaciones y huyen a través de la mirada. Pero no siempre esa mirada delata una personalidad » falsa», sino tal vez a un tímido, o a una persona que no tiene seguridad en sí misma.

Hay miradas de compasión, de ternura, de amor. Son miradas dulces, serenas y comprensivas. En estas miradas hay cierta superioridad espiritual.

También están las miradas de odio. Éstas son frías, penetrantes y delatan el grado  de ira que anima a la personalidad. Son miradas duras, secas y sin vida.

Hay miradas «sobradoras», que esconden una personalidad ególatra , muy amada de sí misma . Son los que creen saberlo todo y cuando algo les demuestra que no es así, miran con cierto desprecio y soberbia, pero luego adoptan una mirada indiferente.

Hay miradas inquisitivas. Estas son agitadas, exigentes. A través de su fijeza la persona cree saber la verdad y se fija en el interrogado esperando encontrar la duda en la oscilación de los ojos.

Hay miradas inconstantes. Son aquellas que como la mariposa salta de flor en flor. Una personalidad inconstante es revelada por ese tipo de mirada.

Hay miradas vacías. Son las que generalmente se reflejan en  miradas indifinidas. Son ojos que miran sin ver. Nada les conmueve. Nada les altera.

Una forma de vivir intensamente es ver y darse cuenta. Pero la vida no se limita a ver, también hay que saber escuchar.

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